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ISSN 1989-4163

NUMERO 29 - ENERO 2012

Lo Peor - El Duelo

Jorge Decarlini

LO PEOR

¿Sabes qué es lo peor? Lo peor no son las lágrimas que, olvidadas, nunca conformarán un río. Lo peor no son los especuladores, ni los que asesinan para poder robar, ni los que se juegan las vidas y las muertes ajenas a los dados trucados. Lo peor no es la gente que ve películas malas, que escucha canciones malas, que se traga mentiras malas, muy poco elaboradas. Por supuesto, lo peor no es permitir que otros decidan por ti. Lo peor no es el eterno silencio que precede a la locura. Lo peor ni siquiera son esos que defienden principios morales únicamente porque jamás tuvieron la oportunidad de quebrantarlos. Lo peor tampoco es el que puede viajar y nunca salió del pueblo por miedo a lo desconocido. Lo peor no es consumir las noches apuñalando el vacío. Lo peor no es ser cómplice. Lo peor no es oír voces dentro de tu cabeza. Joder, lo peor ni siquiera es la clase política. Ni los militares. Ni los banqueros. Lo peor no es la nada.

¿Sabes qué es lo peor? Lo peor es que sigas creyendo que yo soy lo peor.

 

EL DUELO

Hay un viejo afilando un madero con una navaja. De las antiguas, nada de automáticas. Está en la esquina, debajo de una de esas farolas que el nuevo alcalde quiere retirar. Tiene un pie apoyado en la pared. Ayer debió ser blanca, hoy es grisácea. A menos de diez metros se aproxima un tipo desgarbado, con sombrero negro y aires de haber hecho más cosas malas que buenas esta noche. El viejo lo ve venir. Él camina, impertérrito, sin variar su rumbo. Sus pasos despojan a la acera del silencio adquirido en su quietud anterior. Si la luna está en el cielo, no se ve desde estas calles. Las virutas del madero siguen cayendo bajo la farola. La distancia que los separa se ve cada vez más reducida. El tipo va directo hacia la esquina. De repente, los pasos se frenan. Las virutas dejan de caer. En cualquier momento el del sombrero desenfundará y la mano del de la esquina empuñará una navaja antigua y que salga el sol por donde tenga que salir, si es que sale. El destino vuelve a apretar el botón del Play en su mando a distancia. La sangre empuja cada poro, deseosa de esparcirse por el acerado.

Y todo para nada. El del sombrero hace un leve movimiento y musita un buenas noches. El viejo, mientras se atusa la barba que no tiene, emite un sonido irreproducible y luego responde amargamente. Y, mientras tanto, yo permanezco en el fondo de la calle. Iluminado bajo otra de esas farolas que el alcalde quiere quitar y sentado en un banco que no correrá mejor suerte. Decepcionado. Vuelvo a mi libro para ver qué sorpresa me deparará la página siguiente. La ficción siempre supera a la realidad. O eso espero.

 

 

Duelo

 

 

 

 

 

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